Mamá se levantó temprano, me dio de desayunar y comí mientras ella salía a regar el jardín; también alimentó a los pájaritos y sirvió de comer al perro que ladraba de emoción.
Mientras comía, el sonido de los pájaros cesó de pronto, el perro dejó de ladrar, me asomé por la ventana y vi marchitas las flores del jardín. Mamá entró de nuevo a la casa, pero ahora sus ojos eran dos pozos negros y vacíos, su piel estaba pálida como la muerte, y su sonrisa era una mueca retorcida que se extendía demasiado hacia los lados; un escalofrío recorrió mi espalda cuando avanzó hacia mí, su mano fría acarició mi mejilla y entonces susurró con una voz gutural: «Tu turno».
Desde mi propio Aleph, quedo con ustedes.
Hasta la próxima.
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La vida , la muerte y la delgada línea que los separa
Que hay morro, pos que traís tu, ánimo, cuando las guamas en tu chante.
Saludoz liccenciado , puro puro licenciado…